Es un ensayo sobre los efectos del encierro durante la pandemia, en el que yo soy el personaje principal.
Al inicio de la catástrofe decidí afrontarlo en mi departamento en la Ciudad de México, en soledad. Durante tres meses exiliada, reflexioné dentro de éste sobre las posibilidades de creación en un espacio tan reducido: 45 m2, en un tercer piso, que incluyen estancia, una recámara, cocina y baño, con ventanas que dan al interior del inmueble. En mi imaginario me sentía en una misión apocalíptica, me obsesioné por la comida, los fantasmas y mi única visión al exterior: una pared gris.
A partir del cuarto mes, preocupada por mi salud mental y los efectos de la hecatombe decidí restablecer el contacto humano con mi familia, regresé a Tetelco, mi pueblo de origen. Nunca imaginé volver al nido, restablecer la convivencia con mi memoria, el legado de mi padre, el cariño de mi madre y mi hermana.
Es aquí donde me doy cuenta del fenómeno que menciona Vilém Flusser “la magia es la existencia de un mundo de eterno retorno”. A partir de lo indicial, los objetos, rituales, lo que duele y mi niñez, esta serie es el producto de mi obsesión con la fotografía y el contacto con el mundo a través del metacódigo, de los recuerdos y lo inverosímil.